Siempre está bien puntualizar cosas, incluso si se trata de la improvisación musical. Más allá de los aspectos técnicos o musicales, que competen sobre todo a quién la practica, hay un aspecto en el que se incide menos y es la de la recepción. Al común de los mortales nos interesa el trabajo hecho, el resultado. Y hay cuestiones de sumo interés que pueden apreciarse durante la escucha y que, además, la música improvisada realza enormemente.

El primero, la dimensión política, la combinación de las distintas personalidades de los músicos. Al encontrarnos ante una actividad que se conjuga instantáneamente, los músicos entran en contacto o en conflicto de un modo ineludible y desnudo.

Otra cuestión es la de la definición de qué es composición y qué improvisación, y qué las caracteriza y distancia (o lo contrario). En las últimas décadas se ha dado en llamar “composición instantánea” a la improvisación. Lo cual recuerda aquello que decía Steve Lacy sobre el tema y que Derek Bailey recogió en su libro sobre la improvisación. La idea era, más o menos, que la principal diferencia estribaba en el tiempo que se tenía para una y para la otra: todo lo que se quisiera para la composición de un tema, y ni un segundo más de lo que éste durara si lo improvisabas.

Y aún hay otro punto interesante y que se pone de relieve durante la misma escucha, que es el de la vinculación genérica o idiomática. ¿Se improvisa a partir de la nada o bien el bagaje o las preferencias de los músicos están siempre presentes? Habida cuenta de que después de la irrupción de la música contemporánea a mediados del siglo XX, lo que surge de la más especulativa de las improvisaciones bien podría pasar por una composición escrita de la “nueva música”, hay que concluir que no es fácil decantarse por ninguna de las dos opciones. En cualquier caso, resulta difícil concebir que cualquier músico pueda improvisar en blanco, desde el vacío, sin ninguna preconcepción.

Hecha esta larga introducción, pasemos a hablar del casete compacto Algo quedó dentro del trío Altaba-Valera-Volt.

En sus diez improvisaciones podemos percibir cada una de las tres cuestiones apuntadas. Para los que conocemos la trayectoria, o al menos algunos de los trabajos previos de los tres músicos, reconocemos rápida y placenteramente la personalidad de cada uno de ellos. Aunque este sea un aspecto que no se valora en su justa medida, para mí es fundamental a la hora de escuchar música improvisada. El tema de la composición/improvisación también se pone de relieve de una manera clara. En casi todas estas improvisaciones se duda de si lo que se está escuchando es un tema escrito o bien una improvisación libre. Y finalmente tenemos el problema del idioma. Al tratarse de tres músicos que nunca han estado adscritos a ningún género o tendencia en concreto, ni en el jazz ni en el rock ni en la experimentación, sino que más bien su curiosidad les ha hecho tomar cosas de aquí y de allá, la música toma cuerpo en variadas maneras y modos. Eso sí, hay una fuerza que parece empujarlos hacia una intersección que podríamos denominar como free-jazz, ya que tal vez sea el terreno en el que los tres músicos más tienen en común. Como pasa con la cuestión de la composición/improvisación, ante la que no sabemos con seguridad a qué atenernos, tampoco podemos extraer una conclusión clara acerca de qué estamos escuchando. ¿Y acaso importa?

Noviembre de 2020. Jack Torrance